sábado, 17 de octubre de 2009

REVALORIZACION DEL ESFUERZO, PROGRESO O RETROCESO EN LA EDUCACION?

Los cambios profundos y acelerados de nuestra sociedad, en tantos y tan diversos ámbitos, demandan un permanente cambio educativo que facilite respuestas a las preguntas, y posibles soluciones a los problemas del hombre y de la sociedad, pues una educación anclada en el pasado, sin pretensión de mejora, de futuro..., deja de ser educación para el hombre de hoy. El problema, pues, de todo cambio educativo radica en el sentido del mismo y en su orientación hacia la humanización, pues no siempre es coincidente el progreso tecnológico con el progreso educativo, el bienestar material y el bien-estar moral. De aquí, la necesidad de un análisis crítico ante el uso, y hasta abuso, de tales vocablos, por cuanto la idea de progreso suele ir asociado a la de prosperidad, desarrollo, comodidad, bienestar, facilidad, placer... Las instituciones educativas, de modo progresivo, han incorporado los avances de las ciencias humanas, para que el contenido y los métodos de enseñanza-aprendizaje sean también más fáciles, rápidos, eficaces y agradables... En definitiva para ofrecer una educación de mayor calidad.

En este sentido, el movimiento pedagógico de la Escuela Nueva, surgido a finales del siglo XIX, con la pretensión de perfeccionar y vitalizar la educación, constituyó un gran avance educativo frente a las corrientes pedagógicas tradicionales. La escuela llegó a ser puerocéntrica, activa, funcional, progresiva, centrada en los intereses del niño. Así, entre los principios de la Educación Nueva, establecidos en el Congreso de Calais (1921) el nº. 15 afirma: “La enseñanza está basada en el interés espontáneo de los niños”.

Este modelo educativo cuestionó el valor del esfuerzo, ya bastante desprestigiado en el lenguaje habitual, convirtiéndose en algo ajeno, e incluso incompatible, con los nuevos planteamientos pedagógicos. De este modo, términos tales como: esfuerzo, autoridad, disciplina, sacrificio, voluntad, imposición, obligación... fueron relegados por su vinculación a la escuela tradicional, y entre nosotros a valores propios del Nacional-Catolicismo[ii]; y, por el contrario, tomaron fuerza el interés, la libertad, el estímulo, la motivación, la actividad... En el fondo, la pedagogía del interés ganó la batalla a la pedagogía del esfuerzo.

Así las cosas, cabe preguntarse si la presente ley supone una vuelta al pasado, un retroceso a la escuela tradicional, al recuperar el esfuerzo, la disciplina, la autoridad y la exigencia personal; o por el contrario, tales contenidos pertenecen a la naturaleza misma de la educación, siendo una exigencia de la misma, y, por tanto, fuera de tiempos, ideologías, circunstancias y avatares políticos.

Sin embargo, el título dado por los organizadores a este debate: “revaloración del esfuerzo” parece avalar este último pensamiento. En efecto, re-valorar es volver a valorar algo que durante un tiempo no ha sido valorado, o también recuperar el valor de algo otorgándole un nuevo sentido. Tal es el caso que nos ocupa en relación al esfuerzo. La opción entre la pedagogía del interés y la pedagogía del esfuerzo es, en principio, una decisión fácil y puede que también errónea, si previamente no se clarifica y analiza el sentido del esfuerzo: si se trata de un esfuerzo razonado, motivado, ilusionado, y, en consecuencia, aceptado voluntariamente por el educando; o por el contrario, es un esfuerzo impuesto y obligado sin previo razonamiento, o sin argumentos aceptados por el sujeto. En uno y otro caso las diferencias pueden ser fundamentales. El tema, en consecuencia, no se centra en la oposición esfuerzo-interés, sino en qué esfuerzo y en qué interés.
La experiencia personal demuestra que cuando el yo ha descubierto sus necesidades y la forma de llegar a satisfacerlas, tiene interés por los objetos que se encuentran en el camino, y el esfuerzo es el estímulo de este interés. En tal situación, este esfuerzo está justificado porque el yo comprenderá por qué despliega su energía, siendo este esfuerzo querido sin que sea necesario, como motores del mismo, ni la coacción, ni el placer artificial[iv].


Aquí radica el progreso o retroceso de la educación, pues ni el esfuerzo, ni el interés poseen color político, sólo se apoderan de ellos ciertas ideologías con la pretensión de asociarlos a sus proyectos educativos, pero, en cuanto tales, no son pertenencia exclusiva de nadie. Autores tan distintos como Platón[vi], Rousseau[vii], Durkheim[viii] o Makarenko[ix] son suficientemente significativos. El único criterio, pues, de decisión ante la opción esfuerzo-interés es su carácter humanizante, siendo el esfuerzo siempre el medio subsidiario cuando no es posible llegar a la meta a través del interés.

1 comentario:

  1. "los valores del esfuerzo y de la exigencia personal constituyen condiciones básicas para la mejora de la calidad del sistema educativo, valores cuyos perfiles se han ido desdibujando a la vez que se debilitaban los conceptos del deber, de la disciplina y del respeto al profesor”

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